jueves, 16 de abril de 2009

Significado del Huevo de Pascua

Los sacerdotes suelen bendecir los huevos y distribuirlos en las iglesias; las personas los intercambian como regalos; y los niños juegan a encontrarlos en canastas en sus jardines y casas. Es muy difícil imaginarse una Pascua sin huevos. Pero cuál es su significado? Como fuente de una nueva vida, el huevo posee un simbolismo de creación, primavera y fertilidad en muchas culturas y religiones, mucho antes de la era Cristiana. Los persas intercambiaban huevos durante el equinoccio de primavera. Los romanos se daban entre sí huevos pintados de rojo como obsequio para el año nuevo; y hoy en día, el huevo es una de las comidas simbólicas del menú de la Pascua judía, que celebra la nueva vida del pueblo de Israel cuando en aquél entonces fue rescatado de su esclavitud en Egipto.

El Cristianismo ha heredado ésta tradición tan rica, natural y simbólica. Sin embargo, el festival más grande primavera, nuestra pascua Cristiana, le añade un nuevo significado al simbolismo del huevo. Así como el cascarón de un huevo se quiebra para que la nueva vida pueda surgir, así mismo el sepulcro de roca de Jesucristo se desquebraja cuando resucita de entre los muertos al tercer día. Las culturas antiguas veían al huevo como símbolo del renacimiento de la naturaleza; sin embargo los cristianos percibimos al huevo como símbolo del renacimiento de la raza humana.


Los cristianos ortodoxos solemos llamar a María Magdalena como la “igual a los apóstoles”. Lo anterior no es una pista de las tradiciones antiguas con respecto a María Magdalena. Mas bien, se basa en los pasajes bíblicos que nos enseñan que María Magdalena fue la primera en ser testigo de la Resurrección de Jesús. De acuerdo a la tradición ortodoxa, ella fue una mujer con posibilidades que utilizó sus riquezas para viajar y transmitir su testimonio de nuestro Señor resucitado. Tras la Ascensión Jesús, obtuvo acceso a la corte del Emperador Cesar Tiberio. Tras describirle la manera tan pobre en que Pilatos había administrado el juicio de Jesús, sostuvo un huevo en su mano y exclamó: “Cristo ha Resuscitado!”. El emperador comenzó a burlarse de ella y le contestó que el hecho que cualquier persona resucitara de entre los muertos era tan posible como que el huevo que ella sostenía en la mano se volviera rojo; y eso fue precisamente lo que sucedió: el huevo se volvió rojo y ella continuó proclamando la Buena Nueva en todo el recinto imperial. Los íconos de María Magdalena la muestran sosteniendo un huevo rojo y desde entonces es tradición de los cristianos ortodoxos pintar sus huevos de pascua de rojo puro y sin ningún otro dibujo o diseño. Que nuestra celebración de Pascua sea una ocasión de reversión, prometiendo a Cristo nuestro señor y Salvador serle fiel ahora y por siempre. Que veamos su Resurrección como una fuente eterna de bendiciones y gracia, con el fin de que nos ayude a afrontar nuestros problemas y dificultades de la vida diaria con alegría y gratificación, cargando nuestra cruz como motivo de nuestra fuerza espiritual y un brillo de esperanza para un futuro mejor que nos espera. Amén. CRISTO RESUSCITÓ! EN VERDAD RESUSCITÓ!

Abad Pandeleimon y semejantes que le asisten. Monasterio de la Dormición de la Theotokos (Virgen María), Hamatoura. Texto traducido del inglés al español por Marcos.


sábado, 4 de abril de 2009

5° Domingo de Cuaresma - Santa María la Egipciaca


Apenas tenía doce años cuando huyó a Alejandría, donde vivió en prostitución y pecado durante 17 años. Fue entonces, en plena madurez, cuando vino a su mente la idea de viajar a Jerusalén para asistir, con otros visitantes, a la fiesta de la Elevación de la Santa Cruz; ciertamente no por motivos religiosos sino por mera curiosidad. Estando allí, participó en toda forma de corrupción arrastrando a muchos a los abismos del pecado.


En el día de la festividad quiso entrar a la Iglesia pero en las tres o cuatro veces que lo intentó, una fuerza invisible se lo impedía, en tanto que toda la gente entraba sin ningún obstáculo. Ella sintió entonces dolor y tristeza en su corazón y, atrayendo la compasión de Dios por el arrepentimiento, logró cambiar el curso de su vida. Así, habiendo tomado esta decisión, entró a la iglesia fácilmente y se postró ante el honorable madero de la Cruz.


Poco después, el mismo día, se dirigió a Jerusalén y atravesando el río Jordán se adentró en las profundidades del desierto. Aquí pasó aproximadamente 47 años, en una vida dura e insoportable. Oraba en soledad absoluta al Único Dios.


Hacia el final de su vida se encontró en el desierto con un asceta sacerdote de nombre Zócimo a quien le confesó toda su historia, desde el principio hasta ese momento, pidiéndole que le trajera los santos dones para comulgar. El día de su comunión fue el Gran Jueves Santo. Un Año mas tarde al volver nuevamente Zocimo, la encontró tendida en el suelo, muerta, y cerca de ella estas palabras grabadas en la arena:


“Padre Zocimo, entierra el cuerpo de María miserable aquí. Morí el mismo día en que comulgué los dones místicos. Ora por mí.”


Su muerte se ubica hacia finales del cuarto siglo.


La Iglesia recuerda, en el quinto domingo de la Gran Cuaresma, a la Santa, precisamente cuando se acerca el fin de la Cuaresma, para alentar a los pecadores y negligentes al arrepentimiento, para que sea la Santa festejada un ejemplo a seguir.


Discurso del periodista ortodoxo Mathieu Gallatin

El texto siguiente es una traducción al español de un discurso del periodista ortodoxo Mathieu Gallatin a través de la radio ortodoxa por internet "Ancient Faith Radio" a propósito de su primera emisión.
Presentación del Podcast: “Peregrinos del Paraíso”

Tengo aún la Biblia del Rey Jaime, la misma que utilizaba cuando era un pastor protestante evangélico a principios de los ochentas. En algún momento durante aquellos años como pastor, asimilé el verso que se lee en el Salmo 84, verso 5 y que dice: “Dichosos los hombres cuya fuerza está en Ti, y las subidas en su corazón”. Si han leído my libro “Thirsting for God in a Land of Shallow Wells”, sabrán que éste verso describe toda mi vida y no únicamente mis años como pastor, sino todos los años antes y después de aquél capítulo particular en mi historia. Desde mi infancia, siempre tuve la sensación de viajar alrededor del mundo y no ha lugares distantes que aún no había conocido, sino a una experiencia y vivencia de Dios más profunda. Claro que ésta necesidad de continuar en movimiento, ese sentimiento de no ser sino un peregrino en este mundo era una convicción en mi corazón que compartía con varios de mis amigos evangélicos; el sendero que yo caminaba era el mismo que el de los demás. En mi peregrinaje, obtenía a través de mi Fe una visión de mi destino: el reino de Dios. Sabía que un mundo bello y divino, libre de tristeza, sufrimiento y dolor me esperaba al final de mi viaje: ya fuera cuando me despidiera de ésta vida con mi muerte, o en caso de tener fortuna, ver la gloriosa Segunda Venida de Cristo, caminando a través de las puertas de la Nueva Jerusalén y vivir la vida de la Santísima Trinidad por siempre. Mi vida día a día como peregrino ligado a ese reino era la misma que compartía con mis amigos evangélicos. De hecho, en conjunto con la mayoría de las tradiciones cristianas occidentales, refinaba continuamente mi imagen del Reino Celestial y del Dios que allí reside escuchando a predicaciones sabias, maestros, leyendo los libros cristianos de moda, o a través de mi propio estudio intensivo de las escrituras. Buscaba perfeccionar mi imagen de Dios, trataba de entenderle en mayor profundidad, verle con gran claridad. Mis mas grandes alegrías eran compartir con mis compañeros peregrinos las cosas más nuevas que había descubierto de nuestro Señor, mientras meditaba devotamente en las escrituras, y claro, tenía la oración. Mi vida de oración era algo muy parecido a como el centro de transferencias de Manhattan lo describiría: “operadora, información, póngame a Jesús al teléfono”. En aquél entonces, la oración era para mi establecer contacto con Dios a través de una línea de larga distancia entre mi vida en ésta tierra y el reino glorioso en el que El habita. A través de la oración, buscaba familiarizar a Dios con mi vida, con mis esfuerzos y mis logros, mis esperanzas y mis sueños, mis pecados y mis fallos. Al mismo tiempo, le brindaba a Dios la oportunidad de hablarme a través del espacio infinito entre su trono y mi corazón. En algunas ocasiones, mi oración resultaba efectiva, pero en otras ese golfo entre yo y el cielo resultaba tan inmenso, como si la conexión telefónica tuviera interferencia, como lo explicaba en miles de ocasiones. Algunas veces, mi oración no se elevaba más allá del techo. También intentaba conectar con mi destino ulterior de peregrino con el culto y la alabanza a través de canciones tan inspiradoras que afortunadamente se ofrecían a partir de los 70’s en un estilo compatible con mis gustos musicales contemporáneos. Buscaba tocar a Dios y cuando la música era en verdad “especial”, le sentía meneando mis emociones internas: desde una paz profunda hasta una aceleración eléctrica. Todo esto: estudiar las escrituras, orar, alabar y el culto hacían que de alguna manera mi alma de peregrino se uniera a ese destino que creía me esperaba al final de mi paso por el mundo. Estos eran mis eslabones fortificantes, mi unión con el dios que conocería en ese reino de luz que por el momento solo era una visión futura hecha realidad a través de mi firme creencia en ella.

Es claro que el estilo de vida que vengo de describir representa solo un tipo de peregrinaje. Consiste en un viaje a un lugar desconocido que nunca hemos visitado y sin embargo toda nuestra vida hemos deseado ir. En éste tipo de peregrinaje, sueñas ese destino tuyo en tu vida entera; lees sus anuncios, ves sus fotografías e imágenes, pasas mucho tiempo imaginando como será cuando finalmente llegues a ese lugar. Haces todo lo que te inspira a seguir moviéndote y acercándote a ese lugar tan amado y a la vez desconocido.

Pero existe también otro tipo de peregrinaje y no consiste en el viaje a un destino visionado que el peregrino aún no ha alcanzado. Ese peregrinaje es el hecho por aquellas personas que han sido exiliadas de su patria y expulsadas a las faldas ulteriores del mundo; viviendo como refugiados en un mundo extraño. Para ésta gente, el peregrinaje significa vagar en una tierra que no entienden, pasando por emigrantes en un mundo en el cual no tienen lugar ni cabida. Esta gente tiene mucha dificultad en armonizar con éste mundo puesto que continúan viviendo sus vidas como si las viviesen en su lugar de origen. No observan las costumbres y convenciones de su nuevo medio ambiente, así que en realidad, nunca dejaron su patria. Su patria está en sus corazones y no es solamente una memoria nostálgica, es la fuente misma de su ser. Existen muchas diferencias importantes entre la Cristiandad de occidente (y me refiero al mundo del catolicismo, anglicanismo, las confesiones protestantes originales y la miríada de denominaciones y no-denominaciones que éstas han hecho) y a la Cristiandad de oriente: esto es el mundo de los ortodoxos. Estas diferencias son más evidentes e inclusive polos opuestos, cuando se llega el momento de entender de lo que verdaderamente trata el peregrinaje del Cristiano. Por lo que hemos visto, los Cristianos occidentales se ven a sí mismos como peregrinos del primer tipo, personas encaminadas a un lugar desconocido. Pero los creyentes ortodoxos son peregrinos del segundo tipo; no son peregrinos con camino a algún paraíso lejano, no se encuentran viajando a un hacia algún reino que les espera en un futuro. No, los cristianos ortodoxos son en realidad peregrinos del paraíso. Los ortodoxos no conocen al cielo como un lugar lejano, para ellos el reino de Dios no existe allá, en algún lugar allende al gran golfo del tiempo y del espacio. De hecho, los ortodoxos dirían que el problema fundamental de aquella gente que se queja que su oración no suba más allá del techo es que están viendo muy lejos y que oran en la dirección equivocada; puesto que la última verdad cristiana es: “el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lucas 17:21). A través de los años he escuchado disputas entre algunos predicadores, maestros y teólogos occidentales respecto del significado de las palabras de San Lucas. ¿Por qué? Porque tienen una visión occidental del peregrinaje. Sostienen que el cielo y el dios que en él habita existen en algún lugar lejano a éste entorno terrestre, así que no hay manera posible en que el reino esté entre nosotros. Esto no es lo que los cristianos ortodoxos creen y sostienen. Cuando San Pedro predicó su primer sermón cristiano evangélico el día de Pentecostés, mismo que se encuentra registrado en el Capítulo 2 del Libro de Hechos, quienes le escucharon se rindieron de rodillas. En ésta presentación del evangelio de Jesucristo, miles gritaron: ¿Que debemos hacer?, clamaron para saber cómo podían ser salvos y participar del Reino de Dios. A sus corazones caídos, Pedro les contestó: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). He ahí lo que la gente necesita para ser salvos: ser Cristianos es recibir al Espíritu Santo. Dios tiene que venir y vivir dentro de ellos, lo que esto significa que para alcanzar el cielo no se requieren oraciones de “larga distancia” ni que éstas sean espiritualmente catapultadas por encima del techo y a través del espacio y del universo, dado que el Verdadero Dios está aquí mismo, entre nosotros. San Pablo confirma lo anterior a los creyentes en Roma cuando les dice: “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5:5).

¿Puede Dios separarse de su reino? No. Donde quiera que se encuentre Dios, ahí estará su reino. Como cristianos, tenemos al Espíritu Santo, el Dios Vivo habitando en nuestro interior, así que el reino de Dios no es algo por lo cual debamos hacer hacia él un peregrinaje para encontrarlo algún día. Más bien y como el apóstol Pablo proclama: “Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor” (Colosenses 1:13). Ya nos encontramos allí, ya nos encontramos en el Reino puesto que el Reino ya está en nosotros. Como cristiano ortodoxo, la vida en el Reino de Dios es mi experiencia tangible y cotidiana del Cristo Vivo que habita en mi a través del poder del Espíritu Santo. Estoy consciente de su vida dentro de mí, le encuentro respirando a través de mí, pensando dentro de mí, actuando a través de mí. Sé de su presencia mientras toma mi vida y la transforma en la suya.

Si bien mi peregrinaje como Cristiano ortodoxo no es el de llegar algún lado, el sendero es como quiera pesado y demandante. Pero el propósito del viaje se resume en descubrir como sobrellevar ésta otra realidad, éste ambiente mundano en el cuál me encuentro por ahora. Por la encarnación, vida, muerte y resurrección de Jesucristo, éste mundo es para mí un paisaje extraño. El verdadero peregrinaje se trata de vivir la vida del paraíso en éste lugar extraño. Se trata de vivir el estilo de vida de mi verdadera patria sin miedo; se trata de regocijarse en vez de encogerse cuando la gente descubra lo completo, inflexible y descomprometido forastero que soy. Se trata de ser un ciudadano del Reino de Dios, que es mi existencia natural debido al Espíritu que en mí habita; sin dejarme ser arrollado por las ambiciones, actitudes, sentimientos y actividades en que consiste mi vida en éste ambiente mundano. El verdadero peregrinaje consiste en ser maravillosamente raro para aquellos que viven a mi alrededor, de la misma manera que el Hijo de Dios en su paso por ésta tierra, ya que en todo sentido verdadero y real, Él aún está en ésta Tierra. Él vive y se mueve en las vidas de los verdaderos peregrinos. Lo que nunca pude esperar en tanto que cristiano occidental, lo he encontrado en éste viaje tan diferente de peregrinaje en la Fe ortodoxa. He descubierto que la relación viviente con Cristo, aquella que he buscado durante toda mi vida, no podía ser obtenida simplemente a través del estudio de la Biblia, oración y alabanza que había heredado de mi tradición cristiana occidental. ¿Por qué? Es sencillo. El reino para aquellos cuyo objetivo es un dios distante y que sólo puede ser alcanzado por el pensamiento, es un reino que a lo mucho podrá ser vívidamente imaginado. Así que para realmente experimentar al Cristo Vivo que ya vive dentro de mí, para encontrarlo en el modo mismo de vida que llevo, requiere una espiritualidad muy diferente. Requiere mucho más que principios bíblicos, sentimientos espirituales cálidos e intentos de comunicar mis sentimientos a un dios que se encuentra allí fuera. Un amigo que recientemente se convirtió a la Fe Ortodoxa, proveniente del protestantismo evangélico, utilizó el otro día una analogía que captura perfectamente la diferencia entre como la Cristiandad occidental y la oriental experimentan a Dios y al peregrinaje. Dijo: “Sabes, como evangélico me sentía como alguien que toda su vida se ha dedicado al estudio del agua. Cuidadosamente he analizado todo lo que ha sido escrito al respecto, he desarrollado opiniones sobre su estructura intrínseca, puedo listar todas sus propiedades únicas. Había incluso pasado mucho tiempo diciéndole a la demás gente lo maravillosa que es el agua, inclusive habría tenido visiones de estar inmerso en ella. Pero ahora en tanto que cristiano ortodoxo, me encuentro repentinamente nadando en el océano.” El punto es el siguiente: nadar no es algo que crea, o conozca, o siquiera sienta; es algo que hago. De la misma manera, la vivencia de Cristo no es algo que logre simplemente creyendo, conociendo o siquiera pasivamente sintiendo. Para experimentar genuinamente al Cristo Vivo que habita en mí, debo realizar cosas con Él. Participando con Él en actividades especiales que Él mismo dirige, le doy la oportunidad de hacer algo más allá de inspirar mis pensamientos o implementar en mí ideas amorosas, imágenes nobles o sentimientos espirituales. Por el contrario, permito al ser viviente de Jesucristo irrumpir sucesivamente en mí. Le permito ser a través de mí y como resultado mi vida se transforma en la suya.

¿Y exactamente a qué tipo de actividades me refiero? Me refiero a lo que tradicionalmente se le conoce como la Vida Sacramental, que incluye actos como el bautizo, la eucaristía que es el recibimiento real del cuerpo y la sangre de Cristo en mi propio cuerpo, y la confesión que es arrepentirme de mis pecados en la presencia de un sacerdote. La vida sacramental incorpora también prácticas como la oración formal que es rezar con oraciones de un devocionario, y el ayuno. Como podrán ver, ninguno de los anteriores son simples conceptos doctrinales en los cuales se cree firmemente. No se trata de la expresión de visiones del Cielo que esperamos experimentar algún día. No, son acciones que realizamos aquí y ahora mismo, en unión con Jesucristo. El llevar a cabo éstas acciones en unión con Él, le permite estar activo en nosotros, vivir en nosotros. Como resultado, su vida, la vida del paraíso, la vida de nuestra verdadera patria, se manifiesta a aquellos que viven en éste mundo a través de nosotros; en éste mundo en el que nos encontramos como inmigrantes refugiados.

Por todo lo anterior, he decidido nombrar éste podcast regular “Peregrinos del Paraíso”. Lo que sea que discutamos semana a semana, les aseguro, estará relacionado en como vivir una vida de paraíso en éste mundo no paradisíaco. Familiarizaré a la audiencia no ortodoxa con el conocimiento apostólico antiguo respecto de Dios y de la salvación que hace de la Ortodoxia un universo espiritual diferente al Occidente cristiano multi denominativo. Espero que disfruten de nuestras pequeñas aventuras juntos. Para radio Ancient Faith, éste es Mathiew Gallatin.

Mensaje del Padre Damianos

El siguiente es un mensaje escrito por el Padre Damianos, sacerdote de la Catedral de Santa Sofía de México dirigido a todos los ortodoxos; mismo que compartimos con Ustedes:
Estimados Parroquianos:
Deseamos recordarles varias, olvidadas y comprensibles verdades con respecto al tema de nuestras relación con la vida parroquial. Con mucha humildad y sin intención arrogante, por razones de responsabilidad pastoral y caridad, nos vemos impulsados a recordarles e invitarlos, hijos de la Iglesia y de la Parroquia, a una participación consciente de la vida espiritual, litúrgica y filantrópica de la Parroquia.
Para ésto, veamos primeramente qué significa Parroquia.
El significado de Parroquia expresa la sustancia de nuestra vida cristiana. La experiencia nos enseña que cada esfuerzo de renovación de la vida eclesial empieza en la Parroquia; la cual es la comunión eclesial en un lugar determinado. No se trata de una parte de la Iglesia, sino de plenitud y fin, conformada por el Pueblo de Dios, el sacerdocio, y el altar que se conserva y sostiene por el Obispo. Cada cristiano perteneciente a una Parroquia, debe tener consciencia que pertenece a la Iglesia y que es por medio de la Parroquia que se encuentra en una relación orgánica con el cuerpo místico de Dios. En la Parroquia, el fiel bautizado inscribe su nombre en los sacros libros de la Iglesia. La inscripción de un nombre es una acción sacra puesto que nos inscribimso en el Libro de Dios y por ésto debemos estar atentos para no eliminar nuestros nombres de él.
Entendemos entonces los lazos que nos relacionan con la Parroquia y nuestro templo. Somos todos hermanos, somos todos un sólo cuerpo; el cuerpo de Cristo que comulgamos del mismo cáliz que nos une con Él y entre nosotros. Por ésto, no debemos separarnos de nuestra Parroquia por ninguna razón. De manera especial, no debemos separarnos de nuestra frecuencia eclesiástica, la Divina Liturgia y los Oficios Divinos que se realizan en nuestro templo.
El hecho que seamos miembros de una Parroquia que honre el nombre de Cristo, de la Virgen María o de los Santos, es una gran bendición; ya que es en ésa Parroquia en específico que vivimos el misterio de la Iglesia, junto con todos los santos.
En verdad, como cristianos ortodoxos conocemos todo ésto. Somos sensibles de nuestras responsabilidades. Sabemos qué significa ser parroquiano; parroquiano significa que tengo el honor y Don de Dios de ser miembro de su Iglesia.
Ser parroquiano significa que me interesa tanto cuanto sea posible, lo que me pide Dios para mis hermanos en Cristo; que lucho con la gracia de Dios para transformarme en un miembro mejor, más fiel y digno de la Iglesia y nuestra Parroquia. Significa que no soy mero espectador, sino que doy en el presente lo que se necesita, entregándome en sacrificios por amor a Cristo y a cada uno de mis semejantes; que veo cada hombre no bajo el prisma de las conveniencias e intereses o negocios, sino bajo el prisma de la hermandad y de la comunidad.
Les impulsamos y suplicamos se vuelvan hacia la Parroquia, a conocernos en Cristo, colaborar mutuamente; que hablemos, que nos comuniquemos, que nos encontremos en el mismo camino espiritual cuya raíz es nuestra misma Fe en Jesús Cristo.
Que el Señor nos conceda comprender la grandeza de nuestra vocación y misión cristiana y que el Espíritu Santo nos sostenga por su gracia para que nuestra Parroquia sea un ícono viviente de la Santísima Trinidad.

Mensaje Introductorio

Somos una misión del Sacro Arzobispado Griego Ortodoxo de México, perteneciente al Patriarcado Ecuménico de Constantinopla. Sin embargo, ésta página nace de la inquietud de los mismos miembros de la comunidad y en ningún caso se trata de alguna página oficial del Arzobispado.

Éste proyecto responde la necesidad latente de contar con un espacio propio en donde compartir con los demás, nuestra vida de comunidad ortodoxa en la región de la Laguna, México; así como los fundamentos de nuestra Fe Ortodoxa y aspectos característicos de nuestra Tradición.

Buscamos que ésta página sea un medio de apoyo para las nuevas actividades que desempeñaremos, invitando cordialmente a todos aquellos que estén interesados a unirse a nuestro esfuerzo.

Anhelamos que todo el material que publicado en ésta página sea también de gran ayuda y del gusto de todos los visitantes; así que sean todos BIENVENIDOS.

Comunidad Ortodoxa de la Laguna