El texto siguiente es una traducción al español de un discurso del periodista ortodoxo Mathieu Gallatin a través de la radio ortodoxa por internet "Ancient Faith Radio" a propósito de su primera emisión.
Presentación del Podcast: “Peregrinos del Paraíso”
Tengo aún la Biblia del Rey Jaime, la misma que utilizaba cuando era un pastor protestante evangélico a principios de los ochentas. En algún momento durante aquellos años como pastor, asimilé el verso que se lee en el Salmo 84, verso 5 y que dice: “Dichosos los hombres cuya fuerza está en Ti, y las subidas en su corazón”. Si han leído my libro “Thirsting for God in a Land of Shallow Wells”, sabrán que éste verso describe toda mi vida y no únicamente mis años como pastor, sino todos los años antes y después de aquél capítulo particular en mi historia. Desde mi infancia, siempre tuve la sensación de viajar alrededor del mundo y no ha lugares distantes que aún no había conocido, sino a una experiencia y vivencia de Dios más profunda. Claro que ésta necesidad de continuar en movimiento, ese sentimiento de no ser sino un peregrino en este mundo era una convicción en mi corazón que compartía con varios de mis amigos evangélicos; el sendero que yo caminaba era el mismo que el de los demás. En mi peregrinaje, obtenía a través de mi Fe una visión de mi destino: el reino de Dios. Sabía que un mundo bello y divino, libre de tristeza, sufrimiento y dolor me esperaba al final de mi viaje: ya fuera cuando me despidiera de ésta vida con mi muerte, o en caso de tener fortuna, ver la gloriosa Segunda Venida de Cristo, caminando a través de las puertas de la Nueva Jerusalén y vivir la vida de la Santísima Trinidad por siempre. Mi vida día a día como peregrino ligado a ese reino era la misma que compartía con mis amigos evangélicos. De hecho, en conjunto con la mayoría de las tradiciones cristianas occidentales, refinaba continuamente mi imagen del Reino Celestial y del Dios que allí reside escuchando a predicaciones sabias, maestros, leyendo los libros cristianos de moda, o a través de mi propio estudio intensivo de las escrituras. Buscaba perfeccionar mi imagen de Dios, trataba de entenderle en mayor profundidad, verle con gran claridad. Mis mas grandes alegrías eran compartir con mis compañeros peregrinos las cosas más nuevas que había descubierto de nuestro Señor, mientras meditaba devotamente en las escrituras, y claro, tenía la oración. Mi vida de oración era algo muy parecido a como el centro de transferencias de Manhattan lo describiría: “operadora, información, póngame a Jesús al teléfono”. En aquél entonces, la oración era para mi establecer contacto con Dios a través de una línea de larga distancia entre mi vida en ésta tierra y el reino glorioso en el que El habita. A través de la oración, buscaba familiarizar a Dios con mi vida, con mis esfuerzos y mis logros, mis esperanzas y mis sueños, mis pecados y mis fallos. Al mismo tiempo, le brindaba a Dios la oportunidad de hablarme a través del espacio infinito entre su trono y mi corazón. En algunas ocasiones, mi oración resultaba efectiva, pero en otras ese golfo entre yo y el cielo resultaba tan inmenso, como si la conexión telefónica tuviera interferencia, como lo explicaba en miles de ocasiones. Algunas veces, mi oración no se elevaba más allá del techo. También intentaba conectar con mi destino ulterior de peregrino con el culto y la alabanza a través de canciones tan inspiradoras que afortunadamente se ofrecían a partir de los 70’s en un estilo compatible con mis gustos musicales contemporáneos. Buscaba tocar a Dios y cuando la música era en verdad “especial”, le sentía meneando mis emociones internas: desde una paz profunda hasta una aceleración eléctrica. Todo esto: estudiar las escrituras, orar, alabar y el culto hacían que de alguna manera mi alma de peregrino se uniera a ese destino que creía me esperaba al final de mi paso por el mundo. Estos eran mis eslabones fortificantes, mi unión con el dios que conocería en ese reino de luz que por el momento solo era una visión futura hecha realidad a través de mi firme creencia en ella.
Es claro que el estilo de vida que vengo de describir representa solo un tipo de peregrinaje. Consiste en un viaje a un lugar desconocido que nunca hemos visitado y sin embargo toda nuestra vida hemos deseado ir. En éste tipo de peregrinaje, sueñas ese destino tuyo en tu vida entera; lees sus anuncios, ves sus fotografías e imágenes, pasas mucho tiempo imaginando como será cuando finalmente llegues a ese lugar. Haces todo lo que te inspira a seguir moviéndote y acercándote a ese lugar tan amado y a la vez desconocido.
Pero existe también otro tipo de peregrinaje y no consiste en el viaje a un destino visionado que el peregrino aún no ha alcanzado. Ese peregrinaje es el hecho por aquellas personas que han sido exiliadas de su patria y expulsadas a las faldas ulteriores del mundo; viviendo como refugiados en un mundo extraño. Para ésta gente, el peregrinaje significa vagar en una tierra que no entienden, pasando por emigrantes en un mundo en el cual no tienen lugar ni cabida. Esta gente tiene mucha dificultad en armonizar con éste mundo puesto que continúan viviendo sus vidas como si las viviesen en su lugar de origen. No observan las costumbres y convenciones de su nuevo medio ambiente, así que en realidad, nunca dejaron su patria. Su patria está en sus corazones y no es solamente una memoria nostálgica, es la fuente misma de su ser. Existen muchas diferencias importantes entre la Cristiandad de occidente (y me refiero al mundo del catolicismo, anglicanismo, las confesiones protestantes originales y la miríada de denominaciones y no-denominaciones que éstas han hecho) y a la Cristiandad de oriente: esto es el mundo de los ortodoxos. Estas diferencias son más evidentes e inclusive polos opuestos, cuando se llega el momento de entender de lo que verdaderamente trata el peregrinaje del Cristiano. Por lo que hemos visto, los Cristianos occidentales se ven a sí mismos como peregrinos del primer tipo, personas encaminadas a un lugar desconocido. Pero los creyentes ortodoxos son peregrinos del segundo tipo; no son peregrinos con camino a algún paraíso lejano, no se encuentran viajando a un hacia algún reino que les espera en un futuro. No, los cristianos ortodoxos son en realidad peregrinos del paraíso. Los ortodoxos no conocen al cielo como un lugar lejano, para ellos el reino de Dios no existe allá, en algún lugar allende al gran golfo del tiempo y del espacio. De hecho, los ortodoxos dirían que el problema fundamental de aquella gente que se queja que su oración no suba más allá del techo es que están viendo muy lejos y que oran en la dirección equivocada; puesto que la última verdad cristiana es: “el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lucas 17:21). A través de los años he escuchado disputas entre algunos predicadores, maestros y teólogos occidentales respecto del significado de las palabras de San Lucas. ¿Por qué? Porque tienen una visión occidental del peregrinaje. Sostienen que el cielo y el dios que en él habita existen en algún lugar lejano a éste entorno terrestre, así que no hay manera posible en que el reino esté entre nosotros. Esto no es lo que los cristianos ortodoxos creen y sostienen. Cuando San Pedro predicó su primer sermón cristiano evangélico el día de Pentecostés, mismo que se encuentra registrado en el Capítulo 2 del Libro de Hechos, quienes le escucharon se rindieron de rodillas. En ésta presentación del evangelio de Jesucristo, miles gritaron: ¿Que debemos hacer?, clamaron para saber cómo podían ser salvos y participar del Reino de Dios. A sus corazones caídos, Pedro les contestó: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). He ahí lo que la gente necesita para ser salvos: ser Cristianos es recibir al Espíritu Santo. Dios tiene que venir y vivir dentro de ellos, lo que esto significa que para alcanzar el cielo no se requieren oraciones de “larga distancia” ni que éstas sean espiritualmente catapultadas por encima del techo y a través del espacio y del universo, dado que el Verdadero Dios está aquí mismo, entre nosotros. San Pablo confirma lo anterior a los creyentes en Roma cuando les dice: “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5:5).
¿Puede Dios separarse de su reino? No. Donde quiera que se encuentre Dios, ahí estará su reino. Como cristianos, tenemos al Espíritu Santo, el Dios Vivo habitando en nuestro interior, así que el reino de Dios no es algo por lo cual debamos hacer hacia él un peregrinaje para encontrarlo algún día. Más bien y como el apóstol Pablo proclama: “Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor” (Colosenses 1:13). Ya nos encontramos allí, ya nos encontramos en el Reino puesto que el Reino ya está en nosotros. Como cristiano ortodoxo, la vida en el Reino de Dios es mi experiencia tangible y cotidiana del Cristo Vivo que habita en mi a través del poder del Espíritu Santo. Estoy consciente de su vida dentro de mí, le encuentro respirando a través de mí, pensando dentro de mí, actuando a través de mí. Sé de su presencia mientras toma mi vida y la transforma en la suya.
Si bien mi peregrinaje como Cristiano ortodoxo no es el de llegar algún lado, el sendero es como quiera pesado y demandante. Pero el propósito del viaje se resume en descubrir como sobrellevar ésta otra realidad, éste ambiente mundano en el cuál me encuentro por ahora. Por la encarnación, vida, muerte y resurrección de Jesucristo, éste mundo es para mí un paisaje extraño. El verdadero peregrinaje se trata de vivir la vida del paraíso en éste lugar extraño. Se trata de vivir el estilo de vida de mi verdadera patria sin miedo; se trata de regocijarse en vez de encogerse cuando la gente descubra lo completo, inflexible y descomprometido forastero que soy. Se trata de ser un ciudadano del Reino de Dios, que es mi existencia natural debido al Espíritu que en mí habita; sin dejarme ser arrollado por las ambiciones, actitudes, sentimientos y actividades en que consiste mi vida en éste ambiente mundano. El verdadero peregrinaje consiste en ser maravillosamente raro para aquellos que viven a mi alrededor, de la misma manera que el Hijo de Dios en su paso por ésta tierra, ya que en todo sentido verdadero y real, Él aún está en ésta Tierra. Él vive y se mueve en las vidas de los verdaderos peregrinos. Lo que nunca pude esperar en tanto que cristiano occidental, lo he encontrado en éste viaje tan diferente de peregrinaje en la Fe ortodoxa. He descubierto que la relación viviente con Cristo, aquella que he buscado durante toda mi vida, no podía ser obtenida simplemente a través del estudio de la Biblia, oración y alabanza que había heredado de mi tradición cristiana occidental. ¿Por qué? Es sencillo. El reino para aquellos cuyo objetivo es un dios distante y que sólo puede ser alcanzado por el pensamiento, es un reino que a lo mucho podrá ser vívidamente imaginado. Así que para realmente experimentar al Cristo Vivo que ya vive dentro de mí, para encontrarlo en el modo mismo de vida que llevo, requiere una espiritualidad muy diferente. Requiere mucho más que principios bíblicos, sentimientos espirituales cálidos e intentos de comunicar mis sentimientos a un dios que se encuentra allí fuera. Un amigo que recientemente se convirtió a la Fe Ortodoxa, proveniente del protestantismo evangélico, utilizó el otro día una analogía que captura perfectamente la diferencia entre como la Cristiandad occidental y la oriental experimentan a Dios y al peregrinaje. Dijo: “Sabes, como evangélico me sentía como alguien que toda su vida se ha dedicado al estudio del agua. Cuidadosamente he analizado todo lo que ha sido escrito al respecto, he desarrollado opiniones sobre su estructura intrínseca, puedo listar todas sus propiedades únicas. Había incluso pasado mucho tiempo diciéndole a la demás gente lo maravillosa que es el agua, inclusive habría tenido visiones de estar inmerso en ella. Pero ahora en tanto que cristiano ortodoxo, me encuentro repentinamente nadando en el océano.” El punto es el siguiente: nadar no es algo que crea, o conozca, o siquiera sienta; es algo que hago. De la misma manera, la vivencia de Cristo no es algo que logre simplemente creyendo, conociendo o siquiera pasivamente sintiendo. Para experimentar genuinamente al Cristo Vivo que habita en mí, debo realizar cosas con Él. Participando con Él en actividades especiales que Él mismo dirige, le doy la oportunidad de hacer algo más allá de inspirar mis pensamientos o implementar en mí ideas amorosas, imágenes nobles o sentimientos espirituales. Por el contrario, permito al ser viviente de Jesucristo irrumpir sucesivamente en mí. Le permito ser a través de mí y como resultado mi vida se transforma en la suya.
¿Y exactamente a qué tipo de actividades me refiero? Me refiero a lo que tradicionalmente se le conoce como la Vida Sacramental, que incluye actos como el bautizo, la eucaristía que es el recibimiento real del cuerpo y la sangre de Cristo en mi propio cuerpo, y la confesión que es arrepentirme de mis pecados en la presencia de un sacerdote. La vida sacramental incorpora también prácticas como la oración formal que es rezar con oraciones de un devocionario, y el ayuno. Como podrán ver, ninguno de los anteriores son simples conceptos doctrinales en los cuales se cree firmemente. No se trata de la expresión de visiones del Cielo que esperamos experimentar algún día. No, son acciones que realizamos aquí y ahora mismo, en unión con Jesucristo. El llevar a cabo éstas acciones en unión con Él, le permite estar activo en nosotros, vivir en nosotros. Como resultado, su vida, la vida del paraíso, la vida de nuestra verdadera patria, se manifiesta a aquellos que viven en éste mundo a través de nosotros; en éste mundo en el que nos encontramos como inmigrantes refugiados.
Por todo lo anterior, he decidido nombrar éste podcast regular “Peregrinos del Paraíso”. Lo que sea que discutamos semana a semana, les aseguro, estará relacionado en como vivir una vida de paraíso en éste mundo no paradisíaco. Familiarizaré a la audiencia no ortodoxa con el conocimiento apostólico antiguo respecto de Dios y de la salvación que hace de la Ortodoxia un universo espiritual diferente al Occidente cristiano multi denominativo. Espero que disfruten de nuestras pequeñas aventuras juntos. Para radio Ancient Faith, éste es Mathiew Gallatin.