sábado, 8 de agosto de 2009

La Ortodoxia como Ciencia Terapéutica

¿Qué es el Cristianismo?

Muchas personas que intentan interpretar el sentido del Cristianismo lo ven como una de tantas religiones y filosofías conocidas desde la antigüedad. Ciertamente el Cristianismo no es una filosofía en el sentido que prevalece en la actualidad. La Filosofía como tal supone un sistema de pensamiento que en muchos casos no tiene relación con la vida. La diferencia principal entre Cristianismo y Filosofía es que la segunda es más bien producto del pensamiento humano, siendo que el Cristianismo es La Revelación de Dios. No es un descubrimiento humano, sino una revelación de Dios mismo para el hombre. Hubiera sido imposible a la lógica humana encontrar por sí sola las verdades del Cristianismo. En donde la palabra humana carecía de fuerza, vino la palabra divina en humano, es decir Cristo el Dios-Hombre, el verbo de Dios. Esta revelación divina fue formulada en los términos filosóficos de aquella época, sin embargo cabe enfatizar que no se trata de una filosofía. El envoltorio de la palabra divina fue tomado de la filosofía de aquél tiempo.
San Juan Crisóstomo, al interpretar a Isaías 3.1 : “Pues he aquí que el Señor Yahveh Sebaot está quitando de Jerusalén y de Judá todo sustento y apoyo; el valiente y el guerrero, el juez y el profeta, el augur…” observa lo siguiente: “Pareciera ser que llamase augur a aquella persona capaz de conjeturar el futuro a través de su inteligencia profunda y experiencia sobre cosas. Augurar y profetizar son sin embargo dos conceptos diferentes: el profeta, poniéndose a sí mismo de lado, habla bajo inspiración divina; el augur por su parte empieza a partir de lo ya sucedido, pone su propia inteligencia y trabajo y prevé varios eventos futuros, tal como una persona inteligente normalmente lo haría. Sin embargo la diferencia entre ambos es abismal: es la distancia que separa la inteligencia humana de la gracia divina.


Así que la especulación (o filosofía) es una cosa, y profecía o la palabra del profeta que teologiza, otra. La primera es una actividad humana mientras que la segunda es una revelación del Espíritu Santo.


En los escritos patrísticos, y especialmente en las enseñanzas de San Máximo, la filosofía es referida como el comienzo de la vida espiritual. Sin embargo, utilizó el término “filosofía práctica” para referirse a limpiar el corazón de las pasiones, que es el primer peldaño del viaje del alma hacia Dios.


A pesar de lo anterior, el Cristianismo no puede ser considerado como religión, al menos en el sentido actual. Dios es visualizado habitualmente como viviendo en el cielo y dirigiendo la historia humana desde lo alto: Es extremadamente exacto, buscando su satisfacción a partir del hombre, quien ha caído a la tierra en su enfermedad y debilidad. Existe una barrera que separa a Dios del hombre. Esto debería ser superado por el hombre y la religión llega a ser una ayuda muy efectiva. Son muchos los ritos religiosos que se emplean para tal propósito.


De acuerdo con otro punto de vista, el hombre se siente impedido, sin poder alguno en medio del universo y necesita de un Dios todo poderoso para que le ayude en su debilidad. En este punto de vista, Dios no crea al hombre, sino al revés; el hombre crea a su Dios. Una vez mas, la religión es concebida como la relación del hombre con su Dios Absoluto, esto es, la relación entre Yo con el Absoluto El. De nueva cuenta, muchos ven a la religión como un medio por el cual las personas se engañan a sí mismas, transfiriendo todas sus esperanzas a la vida futura. En éste camino, son fuertes los poderes que presionan a las personas por medio de la religión.


Pero el Cristianismo es algo todavía más elevado que éstas interpretaciones y teorías; ni siquiera puede ser contenido dentro de la definición habitual de religión otorgada en las religiones “naturales”. Dios no es el Absoluto El, sino una persona con vida que se encuentra en comunión orgánica con el hombre. Mas allá, el Cristianismo no simplemente transfiere los problemas al futuro o espera el reino venidero tras la historia y tras el fin de los tiempos. En el Cristianismo, el futuro se vive en el presente y el reino de los Cielos empieza en ésta vida. De acuerdo con la interpretación patrística, el reino de los Cielos es la gracia del Dios Trinitario, es una visión de la Luz no creada.


Somos cristianos ortodoxos y no estamos esperando el fin de la historia o de los tiempos, sino que a través de vivir en Cristo, corremos hasta encontrar el fin de la historia y por ende, vivimos la vida esperada tras la Segunda Venida. San Simeón el Nuevo Teólogo dice que quien ha visto la luz increada y se ha unido con Dios, no espera la Segunda Venida de nuestro señor, sino que la vive. Así que lo eterno nos envuelve a cada instante de tiempo. Entonces, el pasado, presente y futuro son esencialmente vividos en una unidad inquebrantable, en el tan llamado tiempo condensado.


Por todo lo anterior, la Ortodoxia no puede ser caracterizada como el “opio de la gente”, precisamente porque no pospone los problemas. Ofrece vida, transforma la vida biológica, santifica y transforma sociedades enteras. En donde la Ortodoxia es vivida de la manera adecuada y en el Espíritu Santo, es la comunión de Dios con los hombres, de lo celestial con el mundo, de la vida y la muerte. En ésta comunión todos los problemas que se presentan en nuestras vidas son verdaderamente resueltos.


Sin embargo, como la membresía de la Iglesia incluye tanto a personas enfermas como a primerizos en la vida espiritual, se espera que más de uno entienda al Cristianismo como religión en los términos y en el sentido referido con anterioridad. La vida espiritual es un trayecto dinámico. Comienza con el bautismo, que es la purificación de la imagen y continúa con la vida ascética encaminada a obtener esa “semejanza”, que es otra manera de llamar a la comunión con Dios. En todo caso, debe quedar claro que a pesar que nos refiramos al Cristianismo como religión, tendremos que hacerlo con ciertas presuposiciones indispensables.


La primera de ellas, es que el Cristianismo es principalmente una Iglesia. Iglesia significa “Cuerpo de Cristo”. Existen muchas partes en el Nuevo Testamento que se refieren al Cristianismo como “La Iglesia”. Tan sólo haría falta mencionar las palabras de Cristo: "Y yo te digo a ti que Tu eres Pedro y sobre ésta piedra edificaré yo mi iglesia"(Mat.16:18) y las palabras del Apóstol Pablo a los Colosenses "El es la cabeza del cuerpo de la iglesia" (1:18) y a su discípulo Timoteo: "... para que si tardo, veas como te conviene conducirte en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad" (1Tim,.3,15). Esto quiere decir que Dios no vive simplemente en el cielo y dirige la historia y las vidas de los hombres desde allá, sino que se encuentra unido a nosotros. El asumió la naturaleza humana y la deificó; por lo tanto la naturaleza humana deificada de Cristo se encuentra a la Diestra del Padre. Por lo tanto, Cristo es nuestra vida y nosotros somos miembros de Cristo.


La segunda presuposición es que el objetivo de la Fe Cristiana es obtener el etado de gracia de la deificación. La Deificación es idéntico al parecerse, esto es, ser como Dios. Sin embargo, para poder alcanzar esa semejanza y obtener esa visión de Dios y para que dicha visión no sea un fuego que consuma sino una luz dadora de vida, la purificación tuvo que haberse presentado previamente. La purificación y sanación es el trabajo de la Iglesia. Cuando el cristiano participa en el culto sin sobrellevar la purificación – y más aún cuando tales actos de culto tienden a la purificación del hombre – entonces se dirá que aquél hombre no se encuentra viviendo dentro de la iglesia. El Cristianismo sin el proceso de purificación es una utopía. Es cuando estamos siendo purificados, especialmente cuando somos testigos de nuestra sanación, que podemos hablar de religión; y esto concuerda perfectamente con las palabras de Jaime, hermano del Señor: “Si alguno cree ser religioso y no refrena su lengua, sino que engaña a su corazón, su religión es vana. La práctica religiosa pura e inmaculada ante Dios Padre es ésta: asistir a los huérfanos y viudas en sus tribulaciones y guardarse incontaminado frente al mundo." (Stg.1:26-27).


Esta abstinencia nos otorga el derecho de manifestar que el Cristianismo no es ninguna filosofía ni religión natural, sino sanación primordialmente. Es a través de la sanación de las pasiones del hombre que podemos obtener comunión y unión con Dios.


En la parábola del Buen Samaritano, nuestro Señor nos muestra varias verdades. En cuanto el Samaritano vio al hombre caer entre ladrones quienes le hirieron y le dejaron medio muerto "... y viéndole se movió de compasión, acercóse le vendó las heridas, derramando en ellas aceite y vino; le hizo montar sobre su propia cabalgadura, le condujo al mesón y cuidó de él." (Luc.10:33-34). Cristo curó al hombre herido y lo llevó hasta la posada, al Hospital que es la Iglesia misma. En dicho pasaje, Cristo es presentado como un médico que cura las enfermedades del hombre y la Iglesia como un Hospital.


Es muy característico que analizando ésta parábola, San Juan Crisóstomo presente las verdades que hemos apenas enfatizado. El hombre haya descendido del estado celestial al estado de la decepción del maligno y cayó entre ladrones, esto es, el maligno y sus poderes diabólicos. Las heridas que ha recibido son los varios pecados cometidos. Como dice David: "Mis llagas son fétidas y purulentas a causa de mi locura" (Sal.38:5). Puesto que todo pecado trae consigo heridas y llagas. El Samaritano es Cristo mismo, quien baja del cielo a la tierra para curar al hombre herido. Usó vino y aceite para curar las heridas. Esto significa que mezclando el Epíritu Santo con su sangre, trajo vida al hombre. De acuerdo a otra interpretación, el aceite trae la palabra consoladora mientras el vino provee la loción astringente, la instrucción que brinda concentración a la mente esparcida. Le colocó sobre su propio animal: "Tomando su carne sobre sus divina espalda, lo levantó hacia el Padre que está en los cielos". Es allí que el Buen Samaritano, Cristo mismo, conduce al hombre a la maravillosa y espaciosa posada, la Iglesia Universal. Le conduce hacia el guardián de la posada, que es el apóstol Pablo y a través de “Pablo a los sacerdotes maestros y ministros de cada iglesia” diciendo: “Cuidad del pueblo de los gentiles a quienes os he dado en la iglesia. Dado que el hombre está enfermo y herido por el pecado, curadle poniendo sobre él un recubrimiento de piedra, que es en los dichos proféticos y enseñanzas evangélicas, haciéndoles uno mediante las admoniciones y exhortaciones del Antiguo y Nuevo Testamentos. Así que según San Juan Crisóstomo, Pablo es aquél quien sostiene las iglesias de Dios y cura a todos los hombres mediante admoniciones espirituales, distribuyendo el pan de ofrenda a cada uno de ellos…” (2).


En la interpretación que realiza San Juan Crisóstomo de ésta parábola, queda evidentemente claro que la iglesia es un Hospital que cura a aquellos que se encuentran enfermos por el pecado, mientras que los obispos y sacerdotes, como el Apóstol Pablo, son los sanadores del pueblo de Dios.


Estas verdades aparecen también en muchos otros sitios del Nuevo Testamento. El señor dijo: "No tienen los sanos necesidad de médico, sino los enfermos" (Mat.9:12). Así mismo Cristo, como medico de almas y cuerpos, estuvo “...y le traían a todos los que padecían algún mal: a los atacados de diferentes enfermedades y dolores y a los endemoniados, lunáticos, paralíticos y los curaba" (Mat.4:24). El apóstol Pablo conoce bien que la conciencia del hombre, epecialmente de los más sencillos, es débil: "Y así, pecando contra los hermanos e hiriendo su consciencia flaca, pecaís contra Cristo" (ICor.8:12). El libro de la Revelación dice que Juan el Evangelista vió un río de agua de vida proveniente del Trono de Dios y del Cordero. "Y a un lado y otro del río había un árbol de vida... y las hojas del árbol eran saludables para las naciones" (Apc.22:2).


Así que el trabajo de la Iglesia es terapéutico. Busca la curación de las enfermedades del hombre, principalmente aquellas del alma que le tormentan. Esta es la base de las enseñanzas del Nuevo Testamento y de los Padres de la Iglesia. En lo que sigue en éste capítulo así como los capítulos subsecuentes, muchos pasajes de los Santos Padres confirmarán ésta verdad.


Una vez mas quiero enfatizar la indispensabilidad de la Iglesia. Estoy muy agradecido al sacerdote y profesor John Romanides por recalcar esto en sus escritos. Estoy convencido que es un conocedor auténtico de los Padres népticos, especialmente en sus escritos contenidos en la Filocalía, y por lo tanto ha comprendido el verdadero sentido del Cristianismo. Estoy seguro que ésta es su gran contribución. Dado que en nuestra era el Cristianismo está siendo presentado como una filosofía o teología intelectual, inclusive como tradición popular – costumbres y maneras – El presenta su enseñanza de la disciplina terapéutica y respectivo tratamiento.


En concreto, dice: “Tener Fe en Cristo sin tener curación en Cristo no es Fe alguna. Esta es la misma contradicción que se presenta cuando un enfermo que tiene confianza en su médico no lleva a cabo el tratamiento que éste le recomienda. Si el Judaismo y su sucesor, el Cristianismo, hubiesen aparecido en el siglo XX por primera vez, muy probablemente hubiesen sido caracterizados no como religiones sino como ciencias médicas relacionadas con la psiquiatría. El Cristianismo hubiese tenido una amplia influencia en la sociedad, y ésta le debería sus éxitos considerables por la sanación de las enfermedades de la personalidad parcialmente en función. De ninguna manera el judaísmo profético y el Cristianismo pueden ser concebidas como religiones que utilizan varios métodos mágicos y creencias que prometan escapar de un mundo material, hipócrita y maligno para trascender a un supuesto mundo espiritual de seguridad y prosperidad”.


En otro escrito, el mismo profesor dice: “La tradición patrística no es ni filosofía social ni un sistema ético y mucho menos dogmatismo religioso: es un tratamiento terapéutico. Con respecto a lo anterior, se asemeja a la medicina, especialmente a la psiquiatría. La energía espiritual del alma que ora incesantemente en el corazón es un instrumento fisiológico que todo mundo posee y que requiere ser sanado. Ninguna filosofía ni ninguna de las ciencias sociales positivas es capaz de sanar dicho instrumento. Esto es posible solamente a través de las enseñanzas népticas y ascéticas de los Santos Padres. Por lo tanto, quienes no conocen sanación usualmente ni siquiera saben de la existencia de éste instrumento.”



Así es pues que en la Iglesia estamos divididos entre enfermos, aquellos que sobrellevan tratamiento terapéutico y aquellos – santos – que ya han sido sanados. “Los Santos Padres no categorizan a las personas en morales e inmorales o buenos y malos según las leyes morales. Esta división es superficial. En profundidad, la humanidad es diferenciada entre aquellos con enfermedad en el alma, aquellos que están siendo sanados y aquellos que ya han sanado. Todo aquél que no se encuentra en un estado de iluminación tiene enfermedad en el alma… No es solamente a través de la buena voluntad, buena resolución, práctica moral y devoción a la Tradición Ortodoxa que hacen a un Ortodoxo, sino además purificación, iluminación y deificación. Estos estados de sanación son el propósito de la vida mística de la Iglesia, tal como los textos litúrgicos lo testifican”.
Este documento es una traducción al español de una parte del Libro "Orthodox Psychotherapy", escrito por su Eminencia Hierotheos, Metropolita de Nafpaktos y Agios Vlasios. Su Eminencia estudió Ciencias Teológicas en la universidad de Salónica, Grecia y ha investigado muy de cerca los textos patrísticos.

sábado, 30 de mayo de 2009

Espiritualidad Cotidiana: La Importancia de un Corazón Agradecido

San Pablo escribe en Corintios 1:4 “Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús”. La nota en nuestra Biblia Ortodoxa de Estudio que corresponde a éste pasaje es la siguiente: “Nada es más aceptable a Dios que nuestro agradecimiento por su gracia, tanto hacia con nosotros como hacia con los demás”. Esta nota explicativa de carácter profundo es tan importante para nuestro bienestar dado que el hecho de tener un corazón agradecido es finalmente lo que nos conduce a amar según la manera que Dios nos ama.

Al comienzo de entender la profundidad del amor de Dios nos transforma siempre para mejor. Aquí está Dios que ha creado el universo –algo a partir de la nada- y da vida dentro de ese universo para incluirnos en él. Existimos por el placer de Su pensamiento. No nos impone nada, sin embargo nos concede todo lo posible para una vida llena de alegría y placer. Tenemos la completa libertad para hacer, decir o pensar aquello que queramos. El desea que tengamos ésta libertad aun así la utilizamos para rechazarle. Su deseo es simplemente que le amemos y amemos también a los demás. El bien sabe que amarle y amar a los demás es la llave para tener paz interior así como para vivir una vida de alegría verdadera libre de preocupaciones y ansiedad. Para lograr esto, lo único que pide de nosotros es un único sacrificio de nuestra parte, “tomar nuestra cruz y seguirle” para que podamos “perder nuestra vida para ganarla en El”. Este mandamiento de seguirle y negar constantemente nuestras inclinaciones pecaminosas para experimentar la vida tal cual lo desea para nosotros es lo que nos conducirá a una felicidad y paz verdaderas. Mas allá, El lo hace posible para nosotros mediante su propio sacrificio. A pesar de que El es nuestro creador, se sacrificó a Sí mismo para reparar nuestro rechazo contra El. Sufrió la crucifixión y muerte en la cruz para darnos los medios, sin infringir nuestro libre albedrío, de obtener victoria sobre el pecado y dirigir nuestras vidas hacia El.

Si en verdad nos ponemos a pensar en esto, es verdaderamente increíble. El amor de Dios y su desentendimiento por sí mismo están por encima de lo que lógicamente podamos entender. Pienso que lo más cerca que estamos de entenderlo es al ser padres. El amor a nuestros hijos será lo más lejos en desentendimiento de sí mismo que podremos llegar. La mayoría de nosotros haríamos cualquier cosa para proteger a nuestros hijos, aunque esto signifique arriesgar nuestras vidas para lograrlo. Pero inclusive éste inmenso amor es susceptible de perder la paciencia, gritar de manera inapropiada y en ocasiones ser desamables a pesar de las mejores de nuestras intenciones. El reflejar el amor perfecto y paciente de Cristo en todo momento y comprometerse al 100% a cuidar del bienestar del prójimo está más allá de nuestra naturaleza humana; inclusive hacia con nuestros hijos; esto es debido al pecado. Sin embargo, podemos avanzar hacia éste estado de crecimiento espiritual en el Señor y asemejarnos más y más a Cristo con el paso del tiempo. Un signo infalible que nos indica estar creciendo en el amor en Cristo es una apreciación y agradecimiento crecientes en nuestros corazones por todo aquello de lo que hemos sido provistos por Dios, a pesar de cualquier dificultad que estemos atravesando. Cuando tenemos éste tipo de momentos en que verdaderamente sentimos esto en nuestros corazones, estamos dirigiendo nuestra atención de nosotros mismos hacia algo fuera de nuestro ser: DIOS. Esta redirección de nuestros pensamientos hacia Dios no es sino el principio de nuestro crecimiento espiritual y es por eso que no existe nada más agradable a Dios que nuestro agradecimiento por su inmensa Gracia. El bien sabe que cuando somos agradecidos con El estamos abiertos a entender y recibir su amor así como a reflejárselo a los demás. Su amor por supuesto siempre está presente, pero tener un corazón agradecido nos permite percibir su realidad en mayor medida.

Podemos percibir la realidad del amor de Dios mediante un corazón agradecido por aquello que el corazón es en realidad. En el contexto bíblico, el corazón no es aquél órgano que late dentro de nuestro pecho. Es mas bien la entereza de nuestro ser, nuestra esencia como personas. La palabra corazón captura pobremente aquello que los autores del Nuevo Testamento quisieron expresar cuando hablaron acerca de él. La palabra en griego antiguo que los Santos Padres utilizaron es “nous”. Nous es un término en griego para el cual quizás no exista correspondiente en nuestra lengua. Por lo tanto, la palabra corazón es el concepto que más nos acerca a aquello a lo que se referían los Santos Padres cuando utilizaron dicho término. Se refiere a la parte más interna de nuestro ser, la misma esencia del ser que nos permite tener una percepción espiritual. El nous es nuestro vínculo con Dios y que ha sido ennegrecido por causa del pecado. Cualquier cosa que hagamos en nuestras vidas para ofrecérselo a Dios nos ayuda a restaurar nuestro nous; que es nuestro verdadero ser tal cual Dios nos lo propone en su infinito amor.

Como Cristianos Ortodoxos, dirigimos nuestro nous, nuestros corazones hacia Dios cada semana en un acto supremo de agradecimiento: la Eucaristía. La palabra eucaristía viene del griego y significa dar gracias. El hecho de llevar una vida de oración durante la semana y prepararse para la Santa Comunión es una expresión suprema de agradecimiento. A través de la Eucaristía, también devenimos la Comunidad del Amor de Cristo. Tal cual nos lo expone San Juan Damasceno, “se le llama Comunión y en verdad lo es, porque a través de ella, tenemos común unión con Cristo y compartimos su carne y su Divinidad; también, a través de la comunión nos unimos los unos con los otros. Puesto que compartimos el mismo pan, todos devenimos un cuerpo de Cristo y una sangre y miembros de unos y de otros, considerados como un cuerpo de Cristo.”

Lo más importante para Dios, mientras sentimos más y más su amor a través de nuestros corazones agradecidos según lo expresemos en nuestra vida diaria y participando de la Santa Comunión, es que seamos capaces de transmitirlo a través del trato con los demás. Por lo general se manifiesta en áreas de nosotros en las que previamente habían sido difíciles para nosotros, por ejemplo ser menos juiciosos en nuestros pensamientos sobre los demás, ser más paciente con los demás y compartir nuestro dinero a la caridad, tan solo por decir algunos. Esto es realmente lo que Dios desea para nosotros. El, Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, existe en una comunidad de amor eternamente presente. El nos creo para ser a la vez reflejo y participantes de ésta comunidad del amor. Es por eso que nos dice a través de las Escrituras que el principal mandamiento es amarlo a Él y a los demás; y todo comienza con un corazón agradecido.
Este documento fue traducido del inglés al español de su original redactado por Michael Haldas. Haldas es escritor y actualmente es profesor de Educación Religiosa en la Parroquia Griega Ortodoxa de San Jorge, de Bethesda, Maryland EEUU. Colabora con el Departamento de Educación Religiosa de la Arquidiócesis Griega Ortodoxa de Norteamérica escribiendo material educativo.

jueves, 16 de abril de 2009

Significado del Huevo de Pascua

Los sacerdotes suelen bendecir los huevos y distribuirlos en las iglesias; las personas los intercambian como regalos; y los niños juegan a encontrarlos en canastas en sus jardines y casas. Es muy difícil imaginarse una Pascua sin huevos. Pero cuál es su significado? Como fuente de una nueva vida, el huevo posee un simbolismo de creación, primavera y fertilidad en muchas culturas y religiones, mucho antes de la era Cristiana. Los persas intercambiaban huevos durante el equinoccio de primavera. Los romanos se daban entre sí huevos pintados de rojo como obsequio para el año nuevo; y hoy en día, el huevo es una de las comidas simbólicas del menú de la Pascua judía, que celebra la nueva vida del pueblo de Israel cuando en aquél entonces fue rescatado de su esclavitud en Egipto.

El Cristianismo ha heredado ésta tradición tan rica, natural y simbólica. Sin embargo, el festival más grande primavera, nuestra pascua Cristiana, le añade un nuevo significado al simbolismo del huevo. Así como el cascarón de un huevo se quiebra para que la nueva vida pueda surgir, así mismo el sepulcro de roca de Jesucristo se desquebraja cuando resucita de entre los muertos al tercer día. Las culturas antiguas veían al huevo como símbolo del renacimiento de la naturaleza; sin embargo los cristianos percibimos al huevo como símbolo del renacimiento de la raza humana.


Los cristianos ortodoxos solemos llamar a María Magdalena como la “igual a los apóstoles”. Lo anterior no es una pista de las tradiciones antiguas con respecto a María Magdalena. Mas bien, se basa en los pasajes bíblicos que nos enseñan que María Magdalena fue la primera en ser testigo de la Resurrección de Jesús. De acuerdo a la tradición ortodoxa, ella fue una mujer con posibilidades que utilizó sus riquezas para viajar y transmitir su testimonio de nuestro Señor resucitado. Tras la Ascensión Jesús, obtuvo acceso a la corte del Emperador Cesar Tiberio. Tras describirle la manera tan pobre en que Pilatos había administrado el juicio de Jesús, sostuvo un huevo en su mano y exclamó: “Cristo ha Resuscitado!”. El emperador comenzó a burlarse de ella y le contestó que el hecho que cualquier persona resucitara de entre los muertos era tan posible como que el huevo que ella sostenía en la mano se volviera rojo; y eso fue precisamente lo que sucedió: el huevo se volvió rojo y ella continuó proclamando la Buena Nueva en todo el recinto imperial. Los íconos de María Magdalena la muestran sosteniendo un huevo rojo y desde entonces es tradición de los cristianos ortodoxos pintar sus huevos de pascua de rojo puro y sin ningún otro dibujo o diseño. Que nuestra celebración de Pascua sea una ocasión de reversión, prometiendo a Cristo nuestro señor y Salvador serle fiel ahora y por siempre. Que veamos su Resurrección como una fuente eterna de bendiciones y gracia, con el fin de que nos ayude a afrontar nuestros problemas y dificultades de la vida diaria con alegría y gratificación, cargando nuestra cruz como motivo de nuestra fuerza espiritual y un brillo de esperanza para un futuro mejor que nos espera. Amén. CRISTO RESUSCITÓ! EN VERDAD RESUSCITÓ!

Abad Pandeleimon y semejantes que le asisten. Monasterio de la Dormición de la Theotokos (Virgen María), Hamatoura. Texto traducido del inglés al español por Marcos.


sábado, 4 de abril de 2009

5° Domingo de Cuaresma - Santa María la Egipciaca


Apenas tenía doce años cuando huyó a Alejandría, donde vivió en prostitución y pecado durante 17 años. Fue entonces, en plena madurez, cuando vino a su mente la idea de viajar a Jerusalén para asistir, con otros visitantes, a la fiesta de la Elevación de la Santa Cruz; ciertamente no por motivos religiosos sino por mera curiosidad. Estando allí, participó en toda forma de corrupción arrastrando a muchos a los abismos del pecado.


En el día de la festividad quiso entrar a la Iglesia pero en las tres o cuatro veces que lo intentó, una fuerza invisible se lo impedía, en tanto que toda la gente entraba sin ningún obstáculo. Ella sintió entonces dolor y tristeza en su corazón y, atrayendo la compasión de Dios por el arrepentimiento, logró cambiar el curso de su vida. Así, habiendo tomado esta decisión, entró a la iglesia fácilmente y se postró ante el honorable madero de la Cruz.


Poco después, el mismo día, se dirigió a Jerusalén y atravesando el río Jordán se adentró en las profundidades del desierto. Aquí pasó aproximadamente 47 años, en una vida dura e insoportable. Oraba en soledad absoluta al Único Dios.


Hacia el final de su vida se encontró en el desierto con un asceta sacerdote de nombre Zócimo a quien le confesó toda su historia, desde el principio hasta ese momento, pidiéndole que le trajera los santos dones para comulgar. El día de su comunión fue el Gran Jueves Santo. Un Año mas tarde al volver nuevamente Zocimo, la encontró tendida en el suelo, muerta, y cerca de ella estas palabras grabadas en la arena:


“Padre Zocimo, entierra el cuerpo de María miserable aquí. Morí el mismo día en que comulgué los dones místicos. Ora por mí.”


Su muerte se ubica hacia finales del cuarto siglo.


La Iglesia recuerda, en el quinto domingo de la Gran Cuaresma, a la Santa, precisamente cuando se acerca el fin de la Cuaresma, para alentar a los pecadores y negligentes al arrepentimiento, para que sea la Santa festejada un ejemplo a seguir.


Discurso del periodista ortodoxo Mathieu Gallatin

El texto siguiente es una traducción al español de un discurso del periodista ortodoxo Mathieu Gallatin a través de la radio ortodoxa por internet "Ancient Faith Radio" a propósito de su primera emisión.
Presentación del Podcast: “Peregrinos del Paraíso”

Tengo aún la Biblia del Rey Jaime, la misma que utilizaba cuando era un pastor protestante evangélico a principios de los ochentas. En algún momento durante aquellos años como pastor, asimilé el verso que se lee en el Salmo 84, verso 5 y que dice: “Dichosos los hombres cuya fuerza está en Ti, y las subidas en su corazón”. Si han leído my libro “Thirsting for God in a Land of Shallow Wells”, sabrán que éste verso describe toda mi vida y no únicamente mis años como pastor, sino todos los años antes y después de aquél capítulo particular en mi historia. Desde mi infancia, siempre tuve la sensación de viajar alrededor del mundo y no ha lugares distantes que aún no había conocido, sino a una experiencia y vivencia de Dios más profunda. Claro que ésta necesidad de continuar en movimiento, ese sentimiento de no ser sino un peregrino en este mundo era una convicción en mi corazón que compartía con varios de mis amigos evangélicos; el sendero que yo caminaba era el mismo que el de los demás. En mi peregrinaje, obtenía a través de mi Fe una visión de mi destino: el reino de Dios. Sabía que un mundo bello y divino, libre de tristeza, sufrimiento y dolor me esperaba al final de mi viaje: ya fuera cuando me despidiera de ésta vida con mi muerte, o en caso de tener fortuna, ver la gloriosa Segunda Venida de Cristo, caminando a través de las puertas de la Nueva Jerusalén y vivir la vida de la Santísima Trinidad por siempre. Mi vida día a día como peregrino ligado a ese reino era la misma que compartía con mis amigos evangélicos. De hecho, en conjunto con la mayoría de las tradiciones cristianas occidentales, refinaba continuamente mi imagen del Reino Celestial y del Dios que allí reside escuchando a predicaciones sabias, maestros, leyendo los libros cristianos de moda, o a través de mi propio estudio intensivo de las escrituras. Buscaba perfeccionar mi imagen de Dios, trataba de entenderle en mayor profundidad, verle con gran claridad. Mis mas grandes alegrías eran compartir con mis compañeros peregrinos las cosas más nuevas que había descubierto de nuestro Señor, mientras meditaba devotamente en las escrituras, y claro, tenía la oración. Mi vida de oración era algo muy parecido a como el centro de transferencias de Manhattan lo describiría: “operadora, información, póngame a Jesús al teléfono”. En aquél entonces, la oración era para mi establecer contacto con Dios a través de una línea de larga distancia entre mi vida en ésta tierra y el reino glorioso en el que El habita. A través de la oración, buscaba familiarizar a Dios con mi vida, con mis esfuerzos y mis logros, mis esperanzas y mis sueños, mis pecados y mis fallos. Al mismo tiempo, le brindaba a Dios la oportunidad de hablarme a través del espacio infinito entre su trono y mi corazón. En algunas ocasiones, mi oración resultaba efectiva, pero en otras ese golfo entre yo y el cielo resultaba tan inmenso, como si la conexión telefónica tuviera interferencia, como lo explicaba en miles de ocasiones. Algunas veces, mi oración no se elevaba más allá del techo. También intentaba conectar con mi destino ulterior de peregrino con el culto y la alabanza a través de canciones tan inspiradoras que afortunadamente se ofrecían a partir de los 70’s en un estilo compatible con mis gustos musicales contemporáneos. Buscaba tocar a Dios y cuando la música era en verdad “especial”, le sentía meneando mis emociones internas: desde una paz profunda hasta una aceleración eléctrica. Todo esto: estudiar las escrituras, orar, alabar y el culto hacían que de alguna manera mi alma de peregrino se uniera a ese destino que creía me esperaba al final de mi paso por el mundo. Estos eran mis eslabones fortificantes, mi unión con el dios que conocería en ese reino de luz que por el momento solo era una visión futura hecha realidad a través de mi firme creencia en ella.

Es claro que el estilo de vida que vengo de describir representa solo un tipo de peregrinaje. Consiste en un viaje a un lugar desconocido que nunca hemos visitado y sin embargo toda nuestra vida hemos deseado ir. En éste tipo de peregrinaje, sueñas ese destino tuyo en tu vida entera; lees sus anuncios, ves sus fotografías e imágenes, pasas mucho tiempo imaginando como será cuando finalmente llegues a ese lugar. Haces todo lo que te inspira a seguir moviéndote y acercándote a ese lugar tan amado y a la vez desconocido.

Pero existe también otro tipo de peregrinaje y no consiste en el viaje a un destino visionado que el peregrino aún no ha alcanzado. Ese peregrinaje es el hecho por aquellas personas que han sido exiliadas de su patria y expulsadas a las faldas ulteriores del mundo; viviendo como refugiados en un mundo extraño. Para ésta gente, el peregrinaje significa vagar en una tierra que no entienden, pasando por emigrantes en un mundo en el cual no tienen lugar ni cabida. Esta gente tiene mucha dificultad en armonizar con éste mundo puesto que continúan viviendo sus vidas como si las viviesen en su lugar de origen. No observan las costumbres y convenciones de su nuevo medio ambiente, así que en realidad, nunca dejaron su patria. Su patria está en sus corazones y no es solamente una memoria nostálgica, es la fuente misma de su ser. Existen muchas diferencias importantes entre la Cristiandad de occidente (y me refiero al mundo del catolicismo, anglicanismo, las confesiones protestantes originales y la miríada de denominaciones y no-denominaciones que éstas han hecho) y a la Cristiandad de oriente: esto es el mundo de los ortodoxos. Estas diferencias son más evidentes e inclusive polos opuestos, cuando se llega el momento de entender de lo que verdaderamente trata el peregrinaje del Cristiano. Por lo que hemos visto, los Cristianos occidentales se ven a sí mismos como peregrinos del primer tipo, personas encaminadas a un lugar desconocido. Pero los creyentes ortodoxos son peregrinos del segundo tipo; no son peregrinos con camino a algún paraíso lejano, no se encuentran viajando a un hacia algún reino que les espera en un futuro. No, los cristianos ortodoxos son en realidad peregrinos del paraíso. Los ortodoxos no conocen al cielo como un lugar lejano, para ellos el reino de Dios no existe allá, en algún lugar allende al gran golfo del tiempo y del espacio. De hecho, los ortodoxos dirían que el problema fundamental de aquella gente que se queja que su oración no suba más allá del techo es que están viendo muy lejos y que oran en la dirección equivocada; puesto que la última verdad cristiana es: “el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lucas 17:21). A través de los años he escuchado disputas entre algunos predicadores, maestros y teólogos occidentales respecto del significado de las palabras de San Lucas. ¿Por qué? Porque tienen una visión occidental del peregrinaje. Sostienen que el cielo y el dios que en él habita existen en algún lugar lejano a éste entorno terrestre, así que no hay manera posible en que el reino esté entre nosotros. Esto no es lo que los cristianos ortodoxos creen y sostienen. Cuando San Pedro predicó su primer sermón cristiano evangélico el día de Pentecostés, mismo que se encuentra registrado en el Capítulo 2 del Libro de Hechos, quienes le escucharon se rindieron de rodillas. En ésta presentación del evangelio de Jesucristo, miles gritaron: ¿Que debemos hacer?, clamaron para saber cómo podían ser salvos y participar del Reino de Dios. A sus corazones caídos, Pedro les contestó: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). He ahí lo que la gente necesita para ser salvos: ser Cristianos es recibir al Espíritu Santo. Dios tiene que venir y vivir dentro de ellos, lo que esto significa que para alcanzar el cielo no se requieren oraciones de “larga distancia” ni que éstas sean espiritualmente catapultadas por encima del techo y a través del espacio y del universo, dado que el Verdadero Dios está aquí mismo, entre nosotros. San Pablo confirma lo anterior a los creyentes en Roma cuando les dice: “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5:5).

¿Puede Dios separarse de su reino? No. Donde quiera que se encuentre Dios, ahí estará su reino. Como cristianos, tenemos al Espíritu Santo, el Dios Vivo habitando en nuestro interior, así que el reino de Dios no es algo por lo cual debamos hacer hacia él un peregrinaje para encontrarlo algún día. Más bien y como el apóstol Pablo proclama: “Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor” (Colosenses 1:13). Ya nos encontramos allí, ya nos encontramos en el Reino puesto que el Reino ya está en nosotros. Como cristiano ortodoxo, la vida en el Reino de Dios es mi experiencia tangible y cotidiana del Cristo Vivo que habita en mi a través del poder del Espíritu Santo. Estoy consciente de su vida dentro de mí, le encuentro respirando a través de mí, pensando dentro de mí, actuando a través de mí. Sé de su presencia mientras toma mi vida y la transforma en la suya.

Si bien mi peregrinaje como Cristiano ortodoxo no es el de llegar algún lado, el sendero es como quiera pesado y demandante. Pero el propósito del viaje se resume en descubrir como sobrellevar ésta otra realidad, éste ambiente mundano en el cuál me encuentro por ahora. Por la encarnación, vida, muerte y resurrección de Jesucristo, éste mundo es para mí un paisaje extraño. El verdadero peregrinaje se trata de vivir la vida del paraíso en éste lugar extraño. Se trata de vivir el estilo de vida de mi verdadera patria sin miedo; se trata de regocijarse en vez de encogerse cuando la gente descubra lo completo, inflexible y descomprometido forastero que soy. Se trata de ser un ciudadano del Reino de Dios, que es mi existencia natural debido al Espíritu que en mí habita; sin dejarme ser arrollado por las ambiciones, actitudes, sentimientos y actividades en que consiste mi vida en éste ambiente mundano. El verdadero peregrinaje consiste en ser maravillosamente raro para aquellos que viven a mi alrededor, de la misma manera que el Hijo de Dios en su paso por ésta tierra, ya que en todo sentido verdadero y real, Él aún está en ésta Tierra. Él vive y se mueve en las vidas de los verdaderos peregrinos. Lo que nunca pude esperar en tanto que cristiano occidental, lo he encontrado en éste viaje tan diferente de peregrinaje en la Fe ortodoxa. He descubierto que la relación viviente con Cristo, aquella que he buscado durante toda mi vida, no podía ser obtenida simplemente a través del estudio de la Biblia, oración y alabanza que había heredado de mi tradición cristiana occidental. ¿Por qué? Es sencillo. El reino para aquellos cuyo objetivo es un dios distante y que sólo puede ser alcanzado por el pensamiento, es un reino que a lo mucho podrá ser vívidamente imaginado. Así que para realmente experimentar al Cristo Vivo que ya vive dentro de mí, para encontrarlo en el modo mismo de vida que llevo, requiere una espiritualidad muy diferente. Requiere mucho más que principios bíblicos, sentimientos espirituales cálidos e intentos de comunicar mis sentimientos a un dios que se encuentra allí fuera. Un amigo que recientemente se convirtió a la Fe Ortodoxa, proveniente del protestantismo evangélico, utilizó el otro día una analogía que captura perfectamente la diferencia entre como la Cristiandad occidental y la oriental experimentan a Dios y al peregrinaje. Dijo: “Sabes, como evangélico me sentía como alguien que toda su vida se ha dedicado al estudio del agua. Cuidadosamente he analizado todo lo que ha sido escrito al respecto, he desarrollado opiniones sobre su estructura intrínseca, puedo listar todas sus propiedades únicas. Había incluso pasado mucho tiempo diciéndole a la demás gente lo maravillosa que es el agua, inclusive habría tenido visiones de estar inmerso en ella. Pero ahora en tanto que cristiano ortodoxo, me encuentro repentinamente nadando en el océano.” El punto es el siguiente: nadar no es algo que crea, o conozca, o siquiera sienta; es algo que hago. De la misma manera, la vivencia de Cristo no es algo que logre simplemente creyendo, conociendo o siquiera pasivamente sintiendo. Para experimentar genuinamente al Cristo Vivo que habita en mí, debo realizar cosas con Él. Participando con Él en actividades especiales que Él mismo dirige, le doy la oportunidad de hacer algo más allá de inspirar mis pensamientos o implementar en mí ideas amorosas, imágenes nobles o sentimientos espirituales. Por el contrario, permito al ser viviente de Jesucristo irrumpir sucesivamente en mí. Le permito ser a través de mí y como resultado mi vida se transforma en la suya.

¿Y exactamente a qué tipo de actividades me refiero? Me refiero a lo que tradicionalmente se le conoce como la Vida Sacramental, que incluye actos como el bautizo, la eucaristía que es el recibimiento real del cuerpo y la sangre de Cristo en mi propio cuerpo, y la confesión que es arrepentirme de mis pecados en la presencia de un sacerdote. La vida sacramental incorpora también prácticas como la oración formal que es rezar con oraciones de un devocionario, y el ayuno. Como podrán ver, ninguno de los anteriores son simples conceptos doctrinales en los cuales se cree firmemente. No se trata de la expresión de visiones del Cielo que esperamos experimentar algún día. No, son acciones que realizamos aquí y ahora mismo, en unión con Jesucristo. El llevar a cabo éstas acciones en unión con Él, le permite estar activo en nosotros, vivir en nosotros. Como resultado, su vida, la vida del paraíso, la vida de nuestra verdadera patria, se manifiesta a aquellos que viven en éste mundo a través de nosotros; en éste mundo en el que nos encontramos como inmigrantes refugiados.

Por todo lo anterior, he decidido nombrar éste podcast regular “Peregrinos del Paraíso”. Lo que sea que discutamos semana a semana, les aseguro, estará relacionado en como vivir una vida de paraíso en éste mundo no paradisíaco. Familiarizaré a la audiencia no ortodoxa con el conocimiento apostólico antiguo respecto de Dios y de la salvación que hace de la Ortodoxia un universo espiritual diferente al Occidente cristiano multi denominativo. Espero que disfruten de nuestras pequeñas aventuras juntos. Para radio Ancient Faith, éste es Mathiew Gallatin.

Mensaje del Padre Damianos

El siguiente es un mensaje escrito por el Padre Damianos, sacerdote de la Catedral de Santa Sofía de México dirigido a todos los ortodoxos; mismo que compartimos con Ustedes:
Estimados Parroquianos:
Deseamos recordarles varias, olvidadas y comprensibles verdades con respecto al tema de nuestras relación con la vida parroquial. Con mucha humildad y sin intención arrogante, por razones de responsabilidad pastoral y caridad, nos vemos impulsados a recordarles e invitarlos, hijos de la Iglesia y de la Parroquia, a una participación consciente de la vida espiritual, litúrgica y filantrópica de la Parroquia.
Para ésto, veamos primeramente qué significa Parroquia.
El significado de Parroquia expresa la sustancia de nuestra vida cristiana. La experiencia nos enseña que cada esfuerzo de renovación de la vida eclesial empieza en la Parroquia; la cual es la comunión eclesial en un lugar determinado. No se trata de una parte de la Iglesia, sino de plenitud y fin, conformada por el Pueblo de Dios, el sacerdocio, y el altar que se conserva y sostiene por el Obispo. Cada cristiano perteneciente a una Parroquia, debe tener consciencia que pertenece a la Iglesia y que es por medio de la Parroquia que se encuentra en una relación orgánica con el cuerpo místico de Dios. En la Parroquia, el fiel bautizado inscribe su nombre en los sacros libros de la Iglesia. La inscripción de un nombre es una acción sacra puesto que nos inscribimso en el Libro de Dios y por ésto debemos estar atentos para no eliminar nuestros nombres de él.
Entendemos entonces los lazos que nos relacionan con la Parroquia y nuestro templo. Somos todos hermanos, somos todos un sólo cuerpo; el cuerpo de Cristo que comulgamos del mismo cáliz que nos une con Él y entre nosotros. Por ésto, no debemos separarnos de nuestra Parroquia por ninguna razón. De manera especial, no debemos separarnos de nuestra frecuencia eclesiástica, la Divina Liturgia y los Oficios Divinos que se realizan en nuestro templo.
El hecho que seamos miembros de una Parroquia que honre el nombre de Cristo, de la Virgen María o de los Santos, es una gran bendición; ya que es en ésa Parroquia en específico que vivimos el misterio de la Iglesia, junto con todos los santos.
En verdad, como cristianos ortodoxos conocemos todo ésto. Somos sensibles de nuestras responsabilidades. Sabemos qué significa ser parroquiano; parroquiano significa que tengo el honor y Don de Dios de ser miembro de su Iglesia.
Ser parroquiano significa que me interesa tanto cuanto sea posible, lo que me pide Dios para mis hermanos en Cristo; que lucho con la gracia de Dios para transformarme en un miembro mejor, más fiel y digno de la Iglesia y nuestra Parroquia. Significa que no soy mero espectador, sino que doy en el presente lo que se necesita, entregándome en sacrificios por amor a Cristo y a cada uno de mis semejantes; que veo cada hombre no bajo el prisma de las conveniencias e intereses o negocios, sino bajo el prisma de la hermandad y de la comunidad.
Les impulsamos y suplicamos se vuelvan hacia la Parroquia, a conocernos en Cristo, colaborar mutuamente; que hablemos, que nos comuniquemos, que nos encontremos en el mismo camino espiritual cuya raíz es nuestra misma Fe en Jesús Cristo.
Que el Señor nos conceda comprender la grandeza de nuestra vocación y misión cristiana y que el Espíritu Santo nos sostenga por su gracia para que nuestra Parroquia sea un ícono viviente de la Santísima Trinidad.

Mensaje Introductorio

Somos una misión del Sacro Arzobispado Griego Ortodoxo de México, perteneciente al Patriarcado Ecuménico de Constantinopla. Sin embargo, ésta página nace de la inquietud de los mismos miembros de la comunidad y en ningún caso se trata de alguna página oficial del Arzobispado.

Éste proyecto responde la necesidad latente de contar con un espacio propio en donde compartir con los demás, nuestra vida de comunidad ortodoxa en la región de la Laguna, México; así como los fundamentos de nuestra Fe Ortodoxa y aspectos característicos de nuestra Tradición.

Buscamos que ésta página sea un medio de apoyo para las nuevas actividades que desempeñaremos, invitando cordialmente a todos aquellos que estén interesados a unirse a nuestro esfuerzo.

Anhelamos que todo el material que publicado en ésta página sea también de gran ayuda y del gusto de todos los visitantes; así que sean todos BIENVENIDOS.

Comunidad Ortodoxa de la Laguna