¿Qué es el Cristianismo?
Muchas personas que intentan interpretar el sentido del Cristianismo lo ven como una de tantas religiones y filosofías conocidas desde la antigüedad. Ciertamente el Cristianismo no es una filosofía en el sentido que prevalece en la actualidad. La Filosofía como tal supone un sistema de pensamiento que en muchos casos no tiene relación con la vida. La diferencia principal entre Cristianismo y Filosofía es que la segunda es más bien producto del pensamiento humano, siendo que el Cristianismo es La Revelación de Dios. No es un descubrimiento humano, sino una revelación de Dios mismo para el hombre. Hubiera sido imposible a la lógica humana encontrar por sí sola las verdades del Cristianismo. En donde la palabra humana carecía de fuerza, vino la palabra divina en humano, es decir Cristo el Dios-Hombre, el verbo de Dios. Esta revelación divina fue formulada en los términos filosóficos de aquella época, sin embargo cabe enfatizar que no se trata de una filosofía. El envoltorio de la palabra divina fue tomado de la filosofía de aquél tiempo.
San Juan Crisóstomo, al interpretar a Isaías 3.1 : “Pues he aquí que el Señor Yahveh Sebaot está quitando de Jerusalén y de Judá todo sustento y apoyo; el valiente y el guerrero, el juez y el profeta, el augur…” observa lo siguiente: “Pareciera ser que llamase augur a aquella persona capaz de conjeturar el futuro a través de su inteligencia profunda y experiencia sobre cosas. Augurar y profetizar son sin embargo dos conceptos diferentes: el profeta, poniéndose a sí mismo de lado, habla bajo inspiración divina; el augur por su parte empieza a partir de lo ya sucedido, pone su propia inteligencia y trabajo y prevé varios eventos futuros, tal como una persona inteligente normalmente lo haría. Sin embargo la diferencia entre ambos es abismal: es la distancia que separa la inteligencia humana de la gracia divina.
Así que la especulación (o filosofía) es una cosa, y profecía o la palabra del profeta que teologiza, otra. La primera es una actividad humana mientras que la segunda es una revelación del Espíritu Santo.
En los escritos patrísticos, y especialmente en las enseñanzas de San Máximo, la filosofía es referida como el comienzo de la vida espiritual. Sin embargo, utilizó el término “filosofía práctica” para referirse a limpiar el corazón de las pasiones, que es el primer peldaño del viaje del alma hacia Dios.
A pesar de lo anterior, el Cristianismo no puede ser considerado como religión, al menos en el sentido actual. Dios es visualizado habitualmente como viviendo en el cielo y dirigiendo la historia humana desde lo alto: Es extremadamente exacto, buscando su satisfacción a partir del hombre, quien ha caído a la tierra en su enfermedad y debilidad. Existe una barrera que separa a Dios del hombre. Esto debería ser superado por el hombre y la religión llega a ser una ayuda muy efectiva. Son muchos los ritos religiosos que se emplean para tal propósito.
De acuerdo con otro punto de vista, el hombre se siente impedido, sin poder alguno en medio del universo y necesita de un Dios todo poderoso para que le ayude en su debilidad. En este punto de vista, Dios no crea al hombre, sino al revés; el hombre crea a su Dios. Una vez mas, la religión es concebida como la relación del hombre con su Dios Absoluto, esto es, la relación entre Yo con el Absoluto El. De nueva cuenta, muchos ven a la religión como un medio por el cual las personas se engañan a sí mismas, transfiriendo todas sus esperanzas a la vida futura. En éste camino, son fuertes los poderes que presionan a las personas por medio de la religión.
Pero el Cristianismo es algo todavía más elevado que éstas interpretaciones y teorías; ni siquiera puede ser contenido dentro de la definición habitual de religión otorgada en las religiones “naturales”. Dios no es el Absoluto El, sino una persona con vida que se encuentra en comunión orgánica con el hombre. Mas allá, el Cristianismo no simplemente transfiere los problemas al futuro o espera el reino venidero tras la historia y tras el fin de los tiempos. En el Cristianismo, el futuro se vive en el presente y el reino de los Cielos empieza en ésta vida. De acuerdo con la interpretación patrística, el reino de los Cielos es la gracia del Dios Trinitario, es una visión de la Luz no creada.
Somos cristianos ortodoxos y no estamos esperando el fin de la historia o de los tiempos, sino que a través de vivir en Cristo, corremos hasta encontrar el fin de la historia y por ende, vivimos la vida esperada tras la Segunda Venida. San Simeón el Nuevo Teólogo dice que quien ha visto la luz increada y se ha unido con Dios, no espera la Segunda Venida de nuestro señor, sino que la vive. Así que lo eterno nos envuelve a cada instante de tiempo. Entonces, el pasado, presente y futuro son esencialmente vividos en una unidad inquebrantable, en el tan llamado tiempo condensado.
Por todo lo anterior, la Ortodoxia no puede ser caracterizada como el “opio de la gente”, precisamente porque no pospone los problemas. Ofrece vida, transforma la vida biológica, santifica y transforma sociedades enteras. En donde la Ortodoxia es vivida de la manera adecuada y en el Espíritu Santo, es la comunión de Dios con los hombres, de lo celestial con el mundo, de la vida y la muerte. En ésta comunión todos los problemas que se presentan en nuestras vidas son verdaderamente resueltos.
Sin embargo, como la membresía de la Iglesia incluye tanto a personas enfermas como a primerizos en la vida espiritual, se espera que más de uno entienda al Cristianismo como religión en los términos y en el sentido referido con anterioridad. La vida espiritual es un trayecto dinámico. Comienza con el bautismo, que es la purificación de la imagen y continúa con la vida ascética encaminada a obtener esa “semejanza”, que es otra manera de llamar a la comunión con Dios. En todo caso, debe quedar claro que a pesar que nos refiramos al Cristianismo como religión, tendremos que hacerlo con ciertas presuposiciones indispensables.
La primera de ellas, es que el Cristianismo es principalmente una Iglesia. Iglesia significa “Cuerpo de Cristo”. Existen muchas partes en el Nuevo Testamento que se refieren al Cristianismo como “La Iglesia”. Tan sólo haría falta mencionar las palabras de Cristo: "Y yo te digo a ti que Tu eres Pedro y sobre ésta piedra edificaré yo mi iglesia"(Mat.16:18) y las palabras del Apóstol Pablo a los Colosenses "El es la cabeza del cuerpo de la iglesia" (1:18) y a su discípulo Timoteo: "... para que si tardo, veas como te conviene conducirte en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad" (1Tim,.3,15). Esto quiere decir que Dios no vive simplemente en el cielo y dirige la historia y las vidas de los hombres desde allá, sino que se encuentra unido a nosotros. El asumió la naturaleza humana y la deificó; por lo tanto la naturaleza humana deificada de Cristo se encuentra a la Diestra del Padre. Por lo tanto, Cristo es nuestra vida y nosotros somos miembros de Cristo.
La segunda presuposición es que el objetivo de la Fe Cristiana es obtener el etado de gracia de la deificación. La Deificación es idéntico al parecerse, esto es, ser como Dios. Sin embargo, para poder alcanzar esa semejanza y obtener esa visión de Dios y para que dicha visión no sea un fuego que consuma sino una luz dadora de vida, la purificación tuvo que haberse presentado previamente. La purificación y sanación es el trabajo de la Iglesia. Cuando el cristiano participa en el culto sin sobrellevar la purificación – y más aún cuando tales actos de culto tienden a la purificación del hombre – entonces se dirá que aquél hombre no se encuentra viviendo dentro de la iglesia. El Cristianismo sin el proceso de purificación es una utopía. Es cuando estamos siendo purificados, especialmente cuando somos testigos de nuestra sanación, que podemos hablar de religión; y esto concuerda perfectamente con las palabras de Jaime, hermano del Señor: “Si alguno cree ser religioso y no refrena su lengua, sino que engaña a su corazón, su religión es vana. La práctica religiosa pura e inmaculada ante Dios Padre es ésta: asistir a los huérfanos y viudas en sus tribulaciones y guardarse incontaminado frente al mundo." (Stg.1:26-27).
Esta abstinencia nos otorga el derecho de manifestar que el Cristianismo no es ninguna filosofía ni religión natural, sino sanación primordialmente. Es a través de la sanación de las pasiones del hombre que podemos obtener comunión y unión con Dios.
En la parábola del Buen Samaritano, nuestro Señor nos muestra varias verdades. En cuanto el Samaritano vio al hombre caer entre ladrones quienes le hirieron y le dejaron medio muerto "... y viéndole se movió de compasión, acercóse le vendó las heridas, derramando en ellas aceite y vino; le hizo montar sobre su propia cabalgadura, le condujo al mesón y cuidó de él." (Luc.10:33-34). Cristo curó al hombre herido y lo llevó hasta la posada, al Hospital que es la Iglesia misma. En dicho pasaje, Cristo es presentado como un médico que cura las enfermedades del hombre y la Iglesia como un Hospital.
Es muy característico que analizando ésta parábola, San Juan Crisóstomo presente las verdades que hemos apenas enfatizado. El hombre haya descendido del estado celestial al estado de la decepción del maligno y cayó entre ladrones, esto es, el maligno y sus poderes diabólicos. Las heridas que ha recibido son los varios pecados cometidos. Como dice David: "Mis llagas son fétidas y purulentas a causa de mi locura" (Sal.38:5). Puesto que todo pecado trae consigo heridas y llagas. El Samaritano es Cristo mismo, quien baja del cielo a la tierra para curar al hombre herido. Usó vino y aceite para curar las heridas. Esto significa que mezclando el Epíritu Santo con su sangre, trajo vida al hombre. De acuerdo a otra interpretación, el aceite trae la palabra consoladora mientras el vino provee la loción astringente, la instrucción que brinda concentración a la mente esparcida. Le colocó sobre su propio animal: "Tomando su carne sobre sus divina espalda, lo levantó hacia el Padre que está en los cielos". Es allí que el Buen Samaritano, Cristo mismo, conduce al hombre a la maravillosa y espaciosa posada, la Iglesia Universal. Le conduce hacia el guardián de la posada, que es el apóstol Pablo y a través de “Pablo a los sacerdotes maestros y ministros de cada iglesia” diciendo: “Cuidad del pueblo de los gentiles a quienes os he dado en la iglesia. Dado que el hombre está enfermo y herido por el pecado, curadle poniendo sobre él un recubrimiento de piedra, que es en los dichos proféticos y enseñanzas evangélicas, haciéndoles uno mediante las admoniciones y exhortaciones del Antiguo y Nuevo Testamentos. Así que según San Juan Crisóstomo, Pablo es aquél quien sostiene las iglesias de Dios y cura a todos los hombres mediante admoniciones espirituales, distribuyendo el pan de ofrenda a cada uno de ellos…” (2).
En la interpretación que realiza San Juan Crisóstomo de ésta parábola, queda evidentemente claro que la iglesia es un Hospital que cura a aquellos que se encuentran enfermos por el pecado, mientras que los obispos y sacerdotes, como el Apóstol Pablo, son los sanadores del pueblo de Dios.
Estas verdades aparecen también en muchos otros sitios del Nuevo Testamento. El señor dijo: "No tienen los sanos necesidad de médico, sino los enfermos" (Mat.9:12). Así mismo Cristo, como medico de almas y cuerpos, estuvo “...y le traían a todos los que padecían algún mal: a los atacados de diferentes enfermedades y dolores y a los endemoniados, lunáticos, paralíticos y los curaba" (Mat.4:24). El apóstol Pablo conoce bien que la conciencia del hombre, epecialmente de los más sencillos, es débil: "Y así, pecando contra los hermanos e hiriendo su consciencia flaca, pecaís contra Cristo" (ICor.8:12). El libro de la Revelación dice que Juan el Evangelista vió un río de agua de vida proveniente del Trono de Dios y del Cordero. "Y a un lado y otro del río había un árbol de vida... y las hojas del árbol eran saludables para las naciones" (Apc.22:2).
Así que el trabajo de la Iglesia es terapéutico. Busca la curación de las enfermedades del hombre, principalmente aquellas del alma que le tormentan. Esta es la base de las enseñanzas del Nuevo Testamento y de los Padres de la Iglesia. En lo que sigue en éste capítulo así como los capítulos subsecuentes, muchos pasajes de los Santos Padres confirmarán ésta verdad.
Una vez mas quiero enfatizar la indispensabilidad de la Iglesia. Estoy muy agradecido al sacerdote y profesor John Romanides por recalcar esto en sus escritos. Estoy convencido que es un conocedor auténtico de los Padres népticos, especialmente en sus escritos contenidos en la Filocalía, y por lo tanto ha comprendido el verdadero sentido del Cristianismo. Estoy seguro que ésta es su gran contribución. Dado que en nuestra era el Cristianismo está siendo presentado como una filosofía o teología intelectual, inclusive como tradición popular – costumbres y maneras – El presenta su enseñanza de la disciplina terapéutica y respectivo tratamiento.
En concreto, dice: “Tener Fe en Cristo sin tener curación en Cristo no es Fe alguna. Esta es la misma contradicción que se presenta cuando un enfermo que tiene confianza en su médico no lleva a cabo el tratamiento que éste le recomienda. Si el Judaismo y su sucesor, el Cristianismo, hubiesen aparecido en el siglo XX por primera vez, muy probablemente hubiesen sido caracterizados no como religiones sino como ciencias médicas relacionadas con la psiquiatría. El Cristianismo hubiese tenido una amplia influencia en la sociedad, y ésta le debería sus éxitos considerables por la sanación de las enfermedades de la personalidad parcialmente en función. De ninguna manera el judaísmo profético y el Cristianismo pueden ser concebidas como religiones que utilizan varios métodos mágicos y creencias que prometan escapar de un mundo material, hipócrita y maligno para trascender a un supuesto mundo espiritual de seguridad y prosperidad”.
En otro escrito, el mismo profesor dice: “La tradición patrística no es ni filosofía social ni un sistema ético y mucho menos dogmatismo religioso: es un tratamiento terapéutico. Con respecto a lo anterior, se asemeja a la medicina, especialmente a la psiquiatría. La energía espiritual del alma que ora incesantemente en el corazón es un instrumento fisiológico que todo mundo posee y que requiere ser sanado. Ninguna filosofía ni ninguna de las ciencias sociales positivas es capaz de sanar dicho instrumento. Esto es posible solamente a través de las enseñanzas népticas y ascéticas de los Santos Padres. Por lo tanto, quienes no conocen sanación usualmente ni siquiera saben de la existencia de éste instrumento.”
Así es pues que en la Iglesia estamos divididos entre enfermos, aquellos que sobrellevan tratamiento terapéutico y aquellos – santos – que ya han sido sanados. “Los Santos Padres no categorizan a las personas en morales e inmorales o buenos y malos según las leyes morales. Esta división es superficial. En profundidad, la humanidad es diferenciada entre aquellos con enfermedad en el alma, aquellos que están siendo sanados y aquellos que ya han sanado. Todo aquél que no se encuentra en un estado de iluminación tiene enfermedad en el alma… No es solamente a través de la buena voluntad, buena resolución, práctica moral y devoción a la Tradición Ortodoxa que hacen a un Ortodoxo, sino además purificación, iluminación y deificación. Estos estados de sanación son el propósito de la vida mística de la Iglesia, tal como los textos litúrgicos lo testifican”.
Este documento es una traducción al español de una parte del Libro "Orthodox Psychotherapy", escrito por su Eminencia Hierotheos, Metropolita de Nafpaktos y Agios Vlasios. Su Eminencia estudió Ciencias Teológicas en la universidad de Salónica, Grecia y ha investigado muy de cerca los textos patrísticos.